De la Rockola al Boy Bar, el antro como primer espacio de socialización (aunque como a mí, no te guste el antro)
“Descubierto el mundo soslayado de quienes se entendían con una mirada, yo encontraba aquellas miradas con sólo caminar por la calle…” Salvador Novo. Recuerdo todavía cómo me latía el corazón y se me enfriaban las palmas de las manos, mientras me adentraba en ese pequeño antro en el número 226 de la Avenida de los Insurgentes, y justo al entrar, lo primero que vi mientras mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, fue a dos hombres besándose sin ninguna preocupación, abrazados por alguna canción de Alaska o de La Pao. Estar ahí significó de pronto no ser el raro, ni el diferente, ni el maricón, sino ser uno más, pasar todo lo desapercibido que siempre había querido pasar, cuando me quedaba quietecito, cuando me hacía pequeño entre mis compañeros de escuela para que no me notaran lo joto. Estaba pero sin estar, porque no podía sino abrir bien grandes los ojos tratando de entender todo lo que estaba pasando ahí, acostumbrándome a los sonidos, a las luces de neón y enfrentad