El anuncio de periódico
Eran casi las siete de la noche cuando Carlos regresó a casa después de una larga jornada en la oficina a la que diariamente asistía de nueve a seis de la tarde. Era una oficina como cualquier otra, decorada con colores alegres, pero llena de esos cubículo aburridos, cada uno igual al anterior, compactos a pesar de pretender ser amplios, llenos de la energía, las tristezas, el trabajo y las esperanzas de cada persona que alguna vez se había sentado en ellos. Se sentía cansado y hambriento, pero feliz de regresar a casa. Había pasado todo el día dándole vueltas a una idea que ocupaba su mente ya desde hacía varios días y hoy estaba decidido a hacer algo al respecto. La vecindad donde vivía, a unas cuantas cuadras del metro Cuauhtémoc, era grande y bien iluminada, con sus muros de ladrillos rojos, puertas abigarradas y ese olor a tierra mojada que tanto le gustaba a Carlos. Por vecinos tenía a un grupo bastante homogéneo, constituido principalmente por