Summer 2016 (Summer dos mil dieciséis)

Summer 2016 (Summer dos mil dieciséis)

“I just wanted you to know, that baby you're the best…”


La sesión estaba por terminar en el consultorio del doctor Moncada, este  decía algo sobre la  disritmia, como está presente en muchas relaciones y el alto precio que  muchas parejas tienen que pagar por no saber o no poder identificarla a tiempo. Su paciente hacía ya algunos minutos que había dejado de estar interesado en lo que el Dr. Moncada tenía que decir  respecto a las relaciones; después de todo, él de lo que quería hablar era de los extraños sueños  que había estado teniendo en las últimas semanas y el tema de las parejas era algo inconsecuente que se había introducido en la conversación y sin que pudiera recordar cómo. O por lo menos él así lo consideraba, aunque semanas después su lectura fuera otra.
Era un consultorio bonito,  en el  cuarto piso de un edificio de los  setentas en plena colonia Nápoles, tenía unas ventanas amplias y  estaba muy bien iluminado. En el pasillo de la entrada varios tiestos con helechos recibían a los pacientes que asistían puntualmente semana tras semana para venir a contar sus dolores, sus miedos y sus  ocurrencias sentados en ese  sofá mullido color naranja o recostados en el  pequeño diván de piel, pegado junto a una de las paredes y desde donde se alcanzaba a  ver una parte de la ciudad. El consultorio tenía un aroma suave a canela y manzana, no era uno de esos aromas artificiales, puesto que el doctor Moncada ponía siempre especial cuidado en conseguirlo en alguna tienda especializada, detestaba esas esencias de supermercado, de aromas escandalosos y penetrantes, prefería  recorrer la ciudad hasta una pequeña tienda cerca del centro comercial Coyoacan donde vendían esencias de  buena calidad y preparadas a  gusto de los clientes.
Abrió su agenda y comenzó a leer sus notas, su siguiente paciente  llevaba  cerca de  año y medio en terapia y había sido bastante regular con sus citas, rara vez llegaba a tiempo, aunque nunca llegaba más de 15 minutos tarde. En un momento pensó que había ahí un síntoma,  año y medio después estaba seguro. Eran las seis con diez cuando sonó el timbre del consultorio, lo sabía porque  volteo a ver el reloj en la pared, se levantó  y caminó hasta el interfón, al otro lado del teléfono escuchó la  voz ronca de Emmanuel diciendo -hola-.
Abajo Emmanuel escuchó el  chirriar del interfón que anunciaba que podía empujar la puerta  y adentrarse al edificio, le gustaba mucho ese edificio,  conservaba  muchos detalles originales, lo que  provocaba la sensación de estar en un lugar fuera del tiempo. Mientras se adentraba por el pasillo que conducía al elevador Emmanuel pensaba que  estar ahí, siempre le hacía sentir como un personaje de algún cuento de  José Emilio Pacheco, de Usigli o de algún otro escritor mexicano de mediados del siglo XX. Subió hasta el consultorio y encontró la puerta abierta, así la había encontrado  cada vez que  había llegado a consulta sin importar si el día era lluvioso, frío, soleado, si él estaba triste, si se sentía solo o si le había ocurrido algo bueno que contar.
El doctor Moncada lo saludo con esa sonrisa tranquila que le caracterizaba, lo invitó a tomar asiento y comenzó con su  frase de todos los martes y de los jueves antes de los martes y de algunos lunes. ¿Qué tal las cosas?. Emmanuel comenzó hablar enseguida, le dijo que  camino al consultorio había pensado cuantos meses  habían transcurrido desde que  había comenzado a  venir a terapia, se preguntaba si en verdad estarían haciendo alguna diferencia, si habría aprendido algo o si era el mismo de siempre. Los cambios en una  vida a veces son imposibles de ver mientras están ocurriendo, por lo general se les aprecia mejor a la luz de la distancia pero a veces esa distancia  tampoco dejá que los  apreciemos por lo que realmente  fueron.
Emmanuel estuvo hablando largo tiempo sobre esto, hasta que la sesión se encontraba cerca del fin y se descubrió distraído leyendo los títulos de los libros que adornaban el consultorio, mientras que el doctor Moncada le hablaba sobre la disritmia, así continuó por uno minutos más hasta que Emmanuel observó que era casi tiempo de terminar, le dijo que eso de lo que estaba hablando se le antojaba mucho más poético que la forma en que se lo estaba diciendo y que  si tuviera que escribir al respecto quizá utilizaría las palabras sino o hados, incluso Es muss sein, pero que aquello de disritmia le parecía de una frivolidad terrible, le agradeció por el tiempo y el espacio  compartidos y  se despidió, estaba por cerrar la puerta tras de sí, cuando volvió a  abrirla para decirle al Dr. doctor  Moncada -Ey por cierto, la semana  próxima no podré venir,  voy a comer con German y no quiero estar con el tiempo encima, ni llegar tarde.
Ese último mensaje, encerraba todo lo que había de importante en la sesión de aquel día, eso que Emmanuel sabía incluso antes de llegar a consulta y que sin embargo había callado cuidadosamente hasta el último momento, no quería que el doctor Moncada le preguntaste por Germán, ni quería tener que discutir eso que había estado diciendo en las últimas sesiones, eso que ya sabía pero de lo que no quería hablar, prefería guardar para sí, toda la emoción que le provocaba verlo, todo eso que sentía en los pocos minutos que lograban compartir en la semana cuando salían a cenar o a tomar algo. Todo esto que venía pasando en los últimos meses lo hacía sentir como si tuviera dieciséis años y aunque se sentía increíble, también lo detestaba, porque lo hacía sentir expuesto y vulnerable. Aunque quería con todas sus fuerzas estar ahí y estaba decidido a ser transparente  y permitirse sentir cada emoción.
Emmanuel recordaba muy bien la tarde en que se habían conocido, llevaban ya varios días intercambiando mensajes por whats app, al principio a Emmanuel sólo le había parecido muy atractivo, su piel morena y su cuerpo fuerte no pasaron desapercibidos ni un instante, como siempre la cara había sido un factor determinante, sus ojos profundos y ese perfil que transmitía seriedad y ternura al mismo tiempo le había llamado  profundamente la atención, el tatuaje en su torso y el otro en la muñeca conforma de pulso habían sido lo siguiente que había observado, pero con el paso de los días  la charla con Germán terminó por cautivarlo, tenía muchas ganas de conocerlo, se preguntaba cómo se oiría su voz en persona, de que cosas hablarían y si le gustaría tanto en persona como le había gustado hasta ahora por fotografía. Finalmente acordaron conocerse. Germán traía un pantalón blanco que acentuaba la  fuerza de sus piernas, un suéter azul y un paraguas que hacía juego con el resto de su ropa, Emmanuel lo había visto media calle antes y estaba impresionado de lo atractivo que le parecía en persona, Emmanuel escuchaba la voz de Mireille Mathieu en sus audífonos y parecía como si su cita caminara al ritmo de La derniere valse mientras se aproximaba.
Para el doctor Moncada fue claro que este aviso no era ninguna coincidencia, pero se limitó a decir con un tono un tanto indiferente -muy bien, quedamos en eso entonces-.
Germán recordaba su primer encuentro con Emmanuel desde otra óptica, había quedado de  verse con él un sábado por la tarde en que no tenía mucho que hacer y le había parecido una  buena forma de pasar el resto del día, recordaba que era una tarde de mayo muy despejada, pero los días anteriores había estado lloviendo mucho, por lo que había decidido llevar una sombrilla azul que le gustaba, como no encontró el libro que estaba leyendo, se conformó con ponerse los audífonos para entretenerse camino al lugar acordado, hacía  algún  tiempo que no conocía a nadie, pero sus motivaciones eran más bien inciertas, una mezcla de deseo,  de aburrimiento y unas pocas ganas de volver a conocer personas, Emmanuel le había parecido un tipo simpático, un poco bobo en ocasiones, pero bien educado y con una charla amena.  Cuando  vio su primera foto, le gustó su barba, pensó que lo hacía lucir un poco desgarbado, pero cuando lo escuchó hablar por teléfono no pudo decidir si su voz le gustaba o le daba risa.
Pero los días habían pasado y Germán había decidido que Emmanuel no era ningún loco y que en última instancia, si cuando se conocieran en persona le parecía insufrible, siempre podría decir algo para excusarse e irse de ahí. Después de todo, Germán no era de los que tienen pelos en la lengua y no  se iba a andar con vacilaciones a la hora de decirle a un desconocido que no le gustaba.
El sábado acordado, las cosas salieron bien, Emmanuel le había propuesto que se  vieran en un parque de la colonia Escandón, justo en la esquina de progreso y agricultura, cuando llegó al lugar Emmanuel ya lo estaba esperando, éste lo saludó  con un apretón de mano y un abrazo casual. Por lo menos se parece al de la foto -pensó-. Su apariencia en primera instancia no le gustó del todo, traía la barba como de una semana, tenis rotos, jeans y playera, pero olía a limpio y el pelo despeinado que se escapaba por debajo de su gorra, como el pasto que crece salvaje por todas partes, despedía ese olor a recién bañado que tanto le gustaba.  Después de saludarse empezaron a caminar por las calles de la colonia, todo estaba tranquilo y hacía un clima agradable, habían acordado ir a tomar una cerveza para platicar un poco y Germán se dejó guiar.
De camino a la cervecería hablaron de cosas triviales, Emmanuel le preguntó si había tenido problemas para llegar, le preguntó nuevamente por dónde vivía y le dijó lo agradable que había sido platicar con él en los últimos días. Luego le preguntó si se sentía a gusto -me pareces un poco callado- le dijo. Germán le respondió con una sonrisa en el rostro, que así era el principio, que no habla mucho hasta que se sentía más a comodo y casi como si le hiciera una advertencia le dijo: pero luego, ya que estoy en confianza, a ver si me dices lo mismo.
Mientras estaban en la cervecería la conversación se fue tornando un poco más íntima, Germán le contó que hacía pocos meses había regresado de vacaciones, había ido a la playa, pero no había sido cualquier viaje, sino el primero que hacía solo. Le contó sobre los lugares que había recorrido y como se había sentido viajando sin compañía, para Emmanuel  fue muy agradable escucharlo hablar sobre  este viaje en solitario, él mismo lo había hecho algunas veces y le fue fácil identificarse con las cosas que le contaba.
El olor a cerveza  y pasta dental le llegaba a la nariz cada vez que Germán comenzaba a hablar de nuevo y le agradaba mucho imaginar el sabor que tendría. Cuando Germán terminó su primera cerveza, Emmanuel le preguntó si quería ir a su casa, el  otro, sin hacer demasiado aspaviento, se limitó a responder que sí.  Caminaron un poco hasta la avenida principal y ahí tomaron un taxi.
Mientras Emmanuel caminaba por las escaleras para salir del edificio de su terapeuta, podía recordar con gran claridad, los detalles de ese primer encuentro, estaba sentado sobre su cama con Germán de pie frente a él, lo tomó por la cintura y lo acercó hacía sí, lentamente comenzaron a besarse, después de unos momentos Germán se alejó para quitarse la playera y volver a besarlo.
Por un momento Emmanuel se detuvo en la escalera sólo para seguir disfrutando de cada detalle que su memoria le regalaba, recordó cómo se puso de pié, se quitó también la playera y comenzó a besarlo de forma más enérgica, por momentos se detenía para poder apreciar su piel todavía tostada por los días en la playa, sus músculos firmes  y su cuerpo dibujado de tatuajes que no hacían sino aumentar su atractivo. Aunque era un encuentro en principio casual, estuvo rodeado de una familiaridad que ninguno de los dos sabía explicar. Emmanuel reanudó su camino por las escaleras recordando el sabor de sus labios, los sonidos que se le escapaban cuando pasaba su nariz por entre sus ingles y la fuerza y temperatura de su cuerpo cuando estuvo dentro de él. Esa tarde, mientras  Germán y Emmanuél descubrían sus cuerpos, el agua en la jarra de la cocina se evaporó por completo y el pasto que Emmanuel había cembrano en una pequeña maceta en el balcón reverdeció.
Cuando Emmanuel al fin salió del edificio se apresuró por entre las calles, era tarde y quería llegar a tiempo al cine para una película, era una de esas películas de los  noventas que ahora vuelven a exhibir en las salas de cine; uno de esos absurdos de la modernidad -solía decir él-.


Germán.
Mientras estaban acostados sobre el pasto en Ciudad Universitaria, Germán recordó aquella ocasión  cuando tenía cuatro o cinco años y su mamá al regresar cansada del trabajo y después de pasar a recogerlos a casa de sus tíos  exhausta  como estaba después de la larga jornada de trabajo, les preguntó quién quería acompañarla a la calle a comprar algunas cosas que hacían falta para la comida. Los dos hermanos empezaron a pelear porque los dos querían ir con su mamá a la calle, querían estar con ella y que les comprara alguna golosina en la tienda,  hacían ruido y decían porque uno tenía más derecho que el otro para acompañarla, hasta que ésta, agotada de escucharlos discutir les dijo: ¡Ya sólo voy a llevar a uno o a otro conmigo a la tienda! a lo que Germán con toda la seriedad de sus cinco años preguntó: ¿Y quién es uno y quién es otro?. Su madre perpleja al principio con la pregunta y conmovida hasta las lágrimas y la risa después, no atinó sino a reír y abrazarlos a los dos.
Cuando Germán le contó la anécdota de ¿quién es uno y quién es otro?, Emmanuel igual que su mamá muchos años atrás se sintió conmovido de imaginar toda la situación, pero no supo qué decir y simplemente lo abrazó y lo besó en la frente.   Estuvieron un par de horas más recorriendo los andadores de Ciudad Universitaria y después volvieron a casa.  La tarde era fresca cuando Germán caminaba de regreso a su casa, pensaba que agosto estaba casi por terminar y que pronto tendría que mudarse, las cosas iban alineándose de acuerdo a sus planes y estaba determinado a continuar con ellos no matter what.
A la mañana siguiente se levanto temprano, desayuno algo ligero y se alistó  rumbo al gimnasio, pensaba en nadar una hora y después ir a dar clase. Le gustaba comenzar el día con la sensación del agua fresca de la alberca y el olor a cloro que se respiraba en el ambiente porque lo hacía sentir como extra limpio según sus propias palabras.
Mientras nadaba pensaba en los últimos meses, en los planes que tenía para el futuro y pensaba también en Emmanuel, a él no lo había contemplado en sus planes, había aparecido de improviso y las cosas entre ellos dos eran buenas, hacía algún tiempo que no se sentía así al lado de otro hombre, los espacios compartidos, los intereses comunes y sabía en el fondo que Emmanuel sentía cosas profundas por él, más de las que se atreviera a admitir y quizá Germán mismo también había comenzado a sentir cosas por él.
Cuando terminó de nadar, revisó el celular y vio el mensaje que le había mandado Emmanuel para confirmar la cena de ese mismo día por la tarde, le pedía que confirmara el lugar y la hora. Mientras respondía sonrió alegré de ver el mensaje que había recibido y la forma en que estaba escrito. Parecía como si cada mensaje viniese acompañado siempre de un detalle y eso le  gustaba.  Respondió el mensaje rápidamente mientras sonreía y repasaba mentalmente los últimos meses.




Martes:
Cuando Germán vio el coche de Emmanuel a media calle, de pronto sintió que la sangre abandonaba su estómago, respiro profundo y sonrío. El auto se estacionó lentamente frente a él y al abrirse la puerta, el olor del perfume de Emmanuel le golpeó la nariz con esa esencia a madera que lo hacía parecer más adulto de lo que en realidad era pero que había aprendido a disfrutar desde que lo había conocido.  Lo besó en los labios y luego lo abrazó. Nunca había sido demasiado efusivo, así que esa era toda la ceremonia que se podía esperar de él. Lo siguiente que notó, fue la música que sonaba en el auto, era una canción de Lana Del Rey que habían cantado a todo pulmón más de una vez mientras recorrían la ciudad o estando acostados en la cama, esta vez la reacción no fue distinta, Germán comenzó a tararearla y pronto Emmanuel se sumó al coro.
¿Te mudas la próxima semana cierto?- le preguntó Emmanuel-. Sí, bueno depende de que el casero tenga todo a tiempo, pero sí, ya todo lo demás está listo y ya tengo la mayoría de mis cosas empacadas. El lunes próximo tengo que pagar el adelanto de la mudanza y ya es oficial.  Muy bien, entonces hay que celebrar respondió Emmanuel.
Se dirigieron rumbo a un restaurante japonés en la del Valle, mientras recorrían las calles y my medicine sonaba en el estéreo del auto, una suave lluvia comenzó a caer, pronto los cristales se cubrieron de pequeñas gotas de agua y Germán se puso a dibujar su nombre en el cristal del asiento del copiloto.
Mientras manejaba, Emmanuel sentía como todas las salidas de los últimos meses conducían a este momento, sonreía recordando las noches que habían pasado juntos, las tardes de cine en casa, los encuentros sexuales, las largas caminatas por la ciudad. Sentía como el corazón le latía más rápido y como la sangre abandonaba su estómago. Las ganas de decirle a Germán todo lo que sentía por él se le aglomeraban en la mente, a minutos sentía como se le humedecían los ojos con el agua que le salpicaban los tres pececitos de colores que habitaban su pecho desde hacía algún tiempo. Cuando están por llegar a su destino, Germán le tomó la mano y lo besó en la mejilla. En ese instante la noche se transformó por completo, las dudas y miedos se disiparon y todo tuvo sentido nuevamente.
La cena transcurrió alegremente, Germán estuvo mostrándole fotos del que sería su nuevo departamento y de la zona donde iría a vivir, le dijo que era un vuelo de apenas pocas horas de regreso a Ciudad de México, lo que le permitiría visitar a su mamá por lo menos un par de veces al año si todo iba bien. Cuándo estaban por terminar Emmanuel le dijo que tenía un presente de despedida para él, abrió la mochila que cargaba consigo a todas partes y sacó un bello libro de pastas rojas, era una antología poética de Fernando Pessoa, una edición bilingüe que había encontrado en una librería en la colonia Condesa, luego sacó un sobre blanco y le dijo que era una carta que podía leer cuando estuviera en el avión o en el aeropuerto si se sentía impaciente, finalmente una pequeña lata de metal color amarillo, era el té favorito de Emmanuel y Germán se había hecho fan. Germán le dijo que no era necesario, pero Emmanuel respondió que lo hacía con cariño.
Después de cenar caminaron un rato por las calles mojadas mientras se tomaban de la mano. Cada beso se sintió como el más tierno, como el más lleno de deseo, como si fuera el de un amor que ha crecido a través del tiempo pero lleno del ímpetu de los amantes que se conocen poco.
Al final ambos cumplieron su palabra, de camino a casa de Germán hablaron poco y cuando al fin llegaron, Emmanuel lo abrazó con fuerza al tiempo que sentía como las lágrimas comenzaba a rodar por sus mejillas. Con la voz entrecortada Germán prometió llamar a penas aterrizara.
Eso que sucedió entre ellos, tenía fecha de terminación desde el primer momento y ambos habían acordado respetarla, no drama, no promesas que no podrían cumplir, sí mucho cariño, sí respeto, sí incluso amor y sí cuidado del uno por el otro. Y así sucedió, pero las cosas no son perfectas nunca. Emmanuel lloró de camino a casa y lloró por la noche mientras estaba sólo en su casa abrazando la almohada. Germán lloró al teléfono con su hermana mientras le contaba los detalles de la noche, también lloró días después de camino al aeropuerto, pero fue solo pasajero, una vez que el avión despegó y mientras leía la carta que le habían escrito volvió a sonreír y se sintió feliz. Emanuel también se sintió en paz cuando escucho la voz de Germán avisando que había llegado a su destino, que estaba bien y le encantaba su nuevo departamento porque estaba cerca de un parque muy bello y sobre todo fue feliz cuando Germán al despedirse le dijo: Te quiero, hablamos pronto.


Fin.




Comentarios

Entradas populares de este blog

Ser joto y estar orgulloso, resignificando el lenguaje con el que nos construímos… (un fragmento de mi propia historia)

De la angustia de los treintas