Ser joto y estar orgulloso, resignificando el lenguaje con el que nos construímos… (un fragmento de mi propia historia)
Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Ápios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal..
Oda a Walt Whitman de García Lorca
Dos ideas me dan vueltas una y otra vez y trato de articularlas, la primera que los calificativos con los que se nos ha designado a lo largo de la historia no se han mantenido estáticos y son (cómo tuvo a bien señalarme mi querido Antonio) más que nada sustantivo, y así como nosotros hemos cambiado también lo han hecho estás palabras, se han resignificado, pero han tenido siempre de común resaltar nuestras diferencias con lo hegemónico, con lo que se espera de nosotros por parte de un OTRO, que no tolera que uno actué fuera de los cánones, que quiere que los hombre sean fuertes, distantes,que muestren pocas emociones y que, en oposición exige de las mujeres sometimientos, sensibilidad y una paciencia siempre eterna.
La otra idea es, que en el caso de muches (si no es que de todes) y a falta de una representación suficiente en la sociedad de otras identidades como las nuestras, somos nosotres los últimos en dar cuenta de nuestra diferencia y cuando por primera vez lo hacemos, viene acompañado [ese dar cuenta] de la sentencia clara, que anuncia que esa diferencia es algo de lo que avergonzarnos, algo que ocultar y que desear cambiar. Ese OTRO nos descubre antes que nosotros mismos, la primera vez que nos llama machorras, que nos dice maricón, puto o tortillera. De un modo u otro, nos construye una identidad que habitar, nos fuerza dentro de ella (ya sea que nos guste o no) y luego además califíca ese lugar en el que nos fuerza a habitar, como poco deseable, como vergonzante.
“... y no sólo porque es gay sino por taimado, al menos debió tener la delicadeza de hablar afeminado para que todos supiéramos que es...así …” “Ya me conoces Marge me gusta la cerveza fria, la tele fuerte y los homosexuales locas, locas”. Esas dos líneas de uno de mis programas favoritos describen claramente lo que se espera de los hombres gais, y también fue por ese personaje (por Javier) que yo sin saberlo, me “enteré” que yo mismo era homosexual (aunque tardaría un tiempo en quedarme claro y un poco más en aceptarlo), y que serlo era motivo de burlas y que en lo posible era conveniente negarlo u ocultarlo.
Claro que en el kinder o en la primaria ya alguna vez alguien me había llamado marica o me había dicho que parecía niña (porque no hay nada peor que ser mujer si se es hombre según esa lógica), incluso recuerdo que alguien me dijo que era “como el Juanga”, pero yo a los siete años no me enteraba de nada (Todavía hay mucho de lo que no me entero y en mi casa nunca había oído a nadie burlarse de Juan Gabriel, ni hacer referencia a su homosexualidad) y por suerte el acoso se limitó a algunos cuantos incidentes aislados. Para cuando llegué a la secundaria, seguía siendo marica, no podía ser de otra forma, pero ahora las burlas ya eran repetidas, y ahora en vez de parecerme a Juanga, era como Javier (el personaje de los Simpson) y ahí estaba otra vez ese sujeto-sustantivo-espacio ineludible que me descubria ante los otros pero también ante mí mismo porque hasta entonces, aunque yo percibía que había algo distinto en mí, de ningún modo habría sabido nombrarlo. Era maricón sin saber que era maricón.
Los adjetivos, los nombres y las palabras en general con las que se nos nombra podrán cambiar con el tiempo, pero su maledicencia y la virulencia con la que se profesan sigue siendo la misma. Y para dar cuenta de que esas palabras cambian con el tiempo, baste con echar una mirada al libro de Jaime Cobian, quien hace una recopilación histórica de las palabras y frases que se han venido utilizando a lo largo de los dos últimos siglos para retratar a los homosexuales (por cierto, su libro es una referencia obligada para ir integrando una memoria colectiva).
Yo no fui ni lilo, ni choto, ni adamado, ni carilindo y a la distancia todas esas palabras me suenan incluso dulces (aunque seguro que no sonaban así para quienes las tuvieron que llevar a cuestas como una pesada losa). Cualquiera que hoy tenga cuarenta años o menos seguro que estará más familiarizado con palabras como joto, marica, maricón, puto, puñal y por supuesto la muy blanqueada y anglicada gay.
Aquí y de paso, aprovecho para derrumbar un mito muy difundido, ese que dice que la palabra Joto se acuñó porque los homosexuales eran encerrados en la celda marcada con la letra J en el antiguo palacio de Lecumberri, esto no es verdad y como cuenta Jaime en su libro, la palabra joto ya aparece utilizada para hablar de hombres afeminados varios años antes de la construcción de Lecummberi:
En 1833 el periódico “El Mono”, publica una crónica de unos paseantes de la Ciudad de México quienes al meterse a una fonda de comida cubana se encontraron a unos españoles, cubanos y mexicanos platicando en una mesa contigua, quienes describen a los comensales diciendo que uno de ellos era:“Un monazo viejo y cachetón que le dirigía la palabra a otro enjuto, meloso y afeminado que se parece mucho á los que aquí el vulgo denomina jotos”
Alfonso Reyes por su parte, narra en sus memorias un incidente de su infancia en el que la palabra joto, aparece también para referirse a hombres con una expresión femenina:
“Los mocosos, otra vez, inventaron meterse a caballo por la feria, tumbando los puestos de los “jotos”. ¡Los jotos, señores” Que os cuenten los tapatios la tradición de esos magníficos cocineros populares, quienes además, y aunque parezca increíble, eran unos gallos de pelea. Vestían de charro, lucían con orgullo el pie chiquito, hacien dengues afeminados, extremaban la voz chillona…”
Otra vez parece que lo que no se nos perdona es no cumplir con una idea de masculinidad anidada en una suerte de inconsciente colectivo, que si no eres suficientemente hombre eres un Gayo, así dice Adonis Garcia (el del vampiro de la colonia Roma) que le decían a los homosexuales en ese México de mediados del siglo XX.
La verdad es que estoy perdido entre tantas palabras, adjetivos y sustantivos, me asumo abiertamente homosexual, me siento cómodo siendo gay, no hago las paces con ser joto aunque en confianza esa es una piel que puedo vestir sin problemas, ser marica no me suena tan mal y es que me es sustancial. Un novio de la universidad usaba mucho la palabra gaysha y a mí siempre me gustó mucho, porque conjuraba dos realidades (según yo), una la de mi orientación sexual pero también invoca siempre en mí la idea de la elegancia, del cuidado, de esa fantasía de las telas adornadas y las ceremonias del té, así que también soy gaysha.
Y es que las palabras y la intención con la que se dicen esas palabras implican cosas en el desarrollo social de las personas, las palabras para bien o para mal moldean al adulto en el que nos convertimos y más cuando son las palabras usadas para describir y dar un lugar en el mundo, estas siempre tienen una intención, un trasfondo, se dicen para apapachar, pero también para humillar, para hacer consciente al otro de su diferencia o de su “inadecuación”, por lo menos con respecto a lo que se espera de él.
¿Cómo se obra esa alquimia de transformar eso que fue tan hiriente y convertirlo en escudo contra el denuesto y la maledicencia? Lo cierto es que no estoy muy seguro cómo sucedió al principio, pasó paulatinamente a la par de darme cuenta que no había nada de malo con amar a otros hombres, que mi destino por ser homosexual no tenía que ser el de La manuela, sí, esa manuela de Arturo Ripstein que veía a escondidas en canal 22 y que me hacía sonrojar cuando la vi después con mis papás, y es que ese era de los únicos referentes que tenía de ser homosexual cuando era niño. Tampoco quería ser Andrew Beckett, aunque él por lo menos tenía novio y su familia lo quería, ni quería ser Simon, pero en el fondo sabía, que de una forma u otra era ellos, aunque no supiera porqué y aunque no quisiera su vida para mí.
Hay dos vías principales por las que he podido cambiar lo que significa para mí ser joto, ser marica, ser gay. Puede que el significante siga siendo el mismo, pero el significado es enteramente distinto. Y esas dos vía tienen que ver con lo externo y con lo interno y una es tan importante como la otra. Lo externo es descubrir y reconocer que existen otros iguales a mí, reconocerme en mis pares y encontrar pares cuya existencia es un reflejo en el que puedo verme a mí mismo. Pares a los que puedo admirar, de los que puedo aprender cosas, cuya historia no está construida desde la tragedia. Que suerte tienen los que son más jóvenes que yo, porque han nacido en un mundo dónde pueden ver a otras personas no heterosexuales siendo exitosas, siendo felices, viviendo vidas como las de cualquier otra persona.
Y al mismo tiempo está lo interno, está la lectura que hago de mí mismo, de lo que hoy por hoy significa para mí ser homosexual, de repensar mi historia, mi narrativa personal, de entender qué y porqué es que estoy orgulloso de ser joto, de dejar de sentir vergüenza, de reconocer que mi orientación sexual no resta y que no es mi obligación coincidir con un molde rígido en el por mucho tiempo me force a encajar. Eso ha cambiado también el significado de muchos sustantivos, ha transformado esa sustancia una vez tan acre y amarga en un espacio agradable para habitar, algo central de quien soy y que descubro día a día.
Hay dos vías principales por las que he podido cambiar lo que significa para mí ser joto, ser marica, ser gay. Puede que el significante siga siendo el mismo, pero el significado es enteramente distinto. Y esas dos vía tienen que ver con lo externo y con lo interno y una es tan importante como la otra. Lo externo es descubrir y reconocer que existen otros iguales a mí, reconocerme en mis pares y encontrar pares cuya existencia es un reflejo en el que puedo verme a mí mismo. Pares a los que puedo admirar, de los que puedo aprender cosas, cuya historia no está construida desde la tragedia. Que suerte tienen los que son más jóvenes que yo, porque han nacido en un mundo dónde pueden ver a otras personas no heterosexuales siendo exitosas, siendo felices, viviendo vidas como las de cualquier otra persona.
Y al mismo tiempo está lo interno, está la lectura que hago de mí mismo, de lo que hoy por hoy significa para mí ser homosexual, de repensar mi historia, mi narrativa personal, de entender qué y porqué es que estoy orgulloso de ser joto, de dejar de sentir vergüenza, de reconocer que mi orientación sexual no resta y que no es mi obligación coincidir con un molde rígido en el por mucho tiempo me force a encajar. Eso ha cambiado también el significado de muchos sustantivos, ha transformado esa sustancia una vez tan acre y amarga en un espacio agradable para habitar, algo central de quien soy y que descubro día a día.
Y por eso es que escribo todo esto, sí por dejar cuenta de que he sido llamado de tal o cual manera, que se me ha hecho sentir ridículo, inadecuado o insuficiente, pero también por decir que eso no tiene que ser así, porque sus palabras ya no me lastiman, no sólo porque se me ha curtido la piel, sino porque me he apropiado del lenguaje, por lo menos de ese que se usó tantas veces contra mí y lo he despojado de toda su violencia y ahora lo visto como una piel que me adorna, con purpurina y luces de colores, porque conforme he crecido he podido conocer a tantos y tantos otros como yo, que son felices, que son inteligentes, que son sensibles, tiernos, exitosos en lo que hacen, que aman a otros hombres, que se visten de lentejuelas, de saco o de colores.
Todo esto es una invitación a apropiarnos de las palabras y de forjarnos identidades donde nos podamos sentir felices, a estar afuera, a estar orgullosos de quienes somos, a ser amables con los otros, a no hacerle el caldo gordo a quienes nos insultan, a no minimizar lo nocivo que es crecer oyendo que ser puto es lo peor, y no olvidar la importancia de que haya referentes positivos de lo que es ser gay. Así quizá quienes son más jóvenes que yo se descubran a sí mismos sin que venga de la mano del insulto de un compañero, puedan bromear ENTRE ELLOS sobre si son maricas o no, se puedan sentir orgullosos y vivir libres sabiendo que su amor es tan válido como el de cualquier otro.
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