Anden


Y ahí están todos caminando como zombies con una sola idea en la mente, una idea que sólo busca disimular su soledad, nada sino un patético intento de sentirse queridos. Buscando en lo efímero de algunas caricias mustias, esa falta que esta ahí de manera casi ineludible. Y así caminan de un lado al otro del anden intercambiando gestos, regalando sonrisas mil veces regaladas, esperando en el fondo que esta vez sea diferente, pero nunca dispuestos a intentarlo en realidad.

Héctor los conoce a todos, a recorrido la ciudad en sus entrañas de norte a sur, después de trabajar, antes de ir a la escuela, los fines de semana. Siempre es la misma rutina, un pantalón deportivo, unos jeans o con ropa de trabajo, da lo mismo. Viaja siempre en el último vagón,- el vagón de atrás-, entre miradas furtivas, roces indiscretos, sexualidades equivocas. La concupiscencia de una ciudad entera, que igual se viste de albañil que de profesionista, que a veces muestra la firmeza de sus carnes bajo su ropa ajustada, o disimula su decadencia con ropas holgadas y afeites.

Hoy no es diferente para Héctor, camina por entre los pasillos de una estación, son cerca de las once de la noche, esta de afán y después de todo nadie lo espera en su casa; parece que esta noche no hay mucho movimiento, así que se sube al vagón dispuesto a recorrer la línea entera. Es casi una actitud mecánica, por su mente no pasa otra idea, sino la de ver que levanta hoy.

Ya ha recorrido todas las estaciones hasta el final, es hora de empezar a dirigirse rumbo a casa o después no tendrá como regresar, pero ese deseo de ser tocado, de sentir otro cuerpo, la emoción de lo clandestino es más fuerte. Al fin decide que hay tiempo para un recorrido más. El vagón va casi vacío, apenas siete u ocho persona, a la mitad un par de ellos se miran nerviosos, otros dos al final del vagón ya sin ninguna pena se masturban sin que parezca importarles no estar solos. En el asiento frente a Héctor un joven acaricia sus genitales, y voltea a verle haciendo una clara invitación. Héctor pasa la mano por su entre pierna dejando ver que esta excitado.

Dos estaciones después, Héctor se baja del vagón, seguido de su conquista de esta noche, caminan lentamente sin decir palabras, todo esta dicho ya bajo el velo de la complicidad, al llegar al pasillo lateral Héctor lleva su mano directo al sexo de su nuevo acompañante, ahí tiene el reforzador que con tanta ansiedad ha venido buscando, la fisiología hace también su parte; de inmediato siente como la sangre se va de su estomago, su respiración aumenta y el pulso se le acelera, siente un tímido sudor frío en las manos, esta completamente excitado.

Pero no están solos, el metro esta por cerrar en escasos veinte minutos y ya hay vigilantes que recorren los pasillos. Lo mejor será salir, siempre puede tomar un taxi hasta su casa. Héctor sabe bien que afuera esta solo y mal iluminado, es un espacio mucho mas adecuado para el sexo clandestino.
Mientras suben las escaleras su acompañante apenas y murmura algunas palabras, más bien se dedica a masajear el cuerpo de Héctor, este no recuerda haberle visto antes, la ansiedad aumenta mientras mas se acercan a la salida. Ya fuera y entre las sombras las caricias cambian de tono. Su acompañante se desabotona el pantalón y Héctor se pone de rodillas, después se levanta para tratar de besar en la boca a su joven conquista pero este lo rechaza.
Héctor siente de pronto un dolor a un lado del estomago, siente como todo su cuerpo se contrae para tratar de aminorar el dolor, el frío de la noche de pronto parece helarle las mejillas, se siente mareado, sus piernas empiezan a perder la fuerza y la vista se le nubla, todo se vuelve muy confuso.
Mañana Héctor no ira a trabajar, quizá en un par de días alguien llame a su casa para tratar de localizarlo o deje un mensaje en el contestador.
J.

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